Creo que podemos ser extraordinarios.
Las cosas que yo creo que verdaderamente merecen atención.
“Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiar nosotros mismos”. —Viktor Frankl.
Así como tú, contra todo pronóstico y sin haberlo elegido, broté del mundo, como una flor del concreto. Mis genes, mi formación, mi espacio geográfico, mi tiempo histórico, ser parte de una especie en guerra contra sí misma y a punto de autoexterminarse, el frágil estado de equilibrio necesario entre mi planeta y todos los sistemas de mi cuerpo para mantenerme vivo y funcionar, mi conteo neuronal y atómico, mi tiempo de vida e incluso el universo que se mira a sí mismo a través de mis ojos: en nada de esto tuve que ver. Pero en el centro de mi limitado catálogo de potestad hay una página libre: puedo elegir cómo pensar. Y eso lo cambia todo.
Creo que nos hemos acostumbrado a dejar que las cosas nos pasen. Lo oyes por todos lados. Esta perspectiva no sólo es común, también es floja y cómoda, porque su planteamiento convenientemente nos resta responsabilidad. Te acostumbras a creer que tu sufrimiento es el mayor de toda la historia; pero luego, si pones atención, lees y observas y comienzas a entender. Los autores que yo he leído me han enseñado que mi dolor y mis inquietudes filosóficas me conectan con el resto de los seres humanos, en todas las épocas. Leer me ayudó a entender que no soy la primera persona a quien la conducta humana ha avergonzado, repugnado y hasta horrorizado, y que no estoy solo en este sentido, una gran cantidad de mis semejantes han padecido igual que yo, y muchísimo más. Algunos de ellos dejaron brillantes testimonios de su sufrimiento y de su pensamiento. De ellos aprendo, del mismo modo que alguien algún día puede aprender de mí, si sé dejar una huella. Aquí se revela claramente una verdad: sólo si confrontamos esas introspecciones en nosotros mismos, podemos comprenderlas en otras personas. Es el intercambio más hermoso. Es poesía. Es la experiencia compartida de la vida humana.
El arte y las palabras tienen un poder especial: la capacidad de convertirse en un puente de sensibilidad entre los seres humanos. A través de ellos podemos compartir un eco de la separación de nuestra experiencia individual, que en realidad es sólo un fractal común de la experiencia humana completa. Esto es un consuelo maravilloso. El problema es que acostumbramos cargar piedras que acaban derrumbando ese puente antes de haberlo construido del todo. Nuestro ego es el responsable más frecuente, suele impedirnos cuestionar lo que damos por hecho o ver las cosas desde un ángulo distinto. Creemos que educarnos en la vida significa lo que siempre nos han inculcado: competir contra los demás y acumular conocimiento, dinero y prestigio, cuando deberíamos mejor enfocarnos en la imaginación, la atención y en la apreciación de otras realidades diferentes a la nuestra. El mismo episodio puede significar dos realidades totalmente opuestas para dos personas distintas: lo que para alguien es un número 6 pintado en el piso, para la persona que lo ve al revés es un 9. Y ninguno está equivocado.
Pero de acuerdo con nuestro convencional análisis sistematizado de las cosas, cuando dos argumentos difieren, creemos que sólo un lado del conflicto es bueno o dice la verdad, y el otro es malo o miente. Una certeza ciega en una creencia es como una celda en la que el prisionero no sabe que está encerrado; así me imagino que viven la mayoría de los seres humanos. La pedantería es directamente proporcional a la ignorancia, como la sencillez lo es a la sabiduría. Saber cómo pensar ayuda a ser menos arrogante, a tener un poco más de conciencia crítica sobre ti mismo y sobre tus limitaciones y certezas. Porque un enorme porcentaje de las cosas que uno automáticamente asume como verdaderas resultan falsas o incorrectas. Nuestro rango humano de percepción es muy estrecho, en proporción inversa al de nuestra arrogancia. No todo lo que percibimos es real —como los sueños— y no podemos percibir todo lo que es real —como la luz ultravioleta—. Lo que sí podemos hacer es cruzar la frontera de la piel y tocar con imaginación y empatía la realidad externa. Aprender a realmente pensar significa aplicarte en ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas. Porque si no puedes maniobrar esta palanca mental, toda tu vida estarás sometido al inestable humor de tu dominante mente.
El cerebro es la cosa más complicada que nos hemos encontrado en el universo. Si fuera tan simple como para que pudiéramos entenderlo, seríamos tan simples que no podríamos entenderlo. Es un poderoso mutante que vive muy cómodamente anidado en la tibia humedad de nuestro cráneo, echando chispas y dirigiendo todo, capaz de inventar, manipular y recrear la realidad mediante lo que interpreta a través de nuestros sentidos, sus extensiones neuronales. La paradoja es que sólo podemos estudiar el cerebro haciendo uso de él. No tenemos forma de verlo desde fuera, con imparcialidad; de hecho, no podemos ver nada con imparcialidad. Nuestra humanidad está impregnada en todo nuestro conocimiento.
Para ser más preciso —y esta es la parte irónica—, si no te das cuenta, es muy fácil que caigas en los invisibles trucos irracionales que tu cerebro te juega todo el tiempo: te inclina más hacia las sensaciones de pérdida que de ganancia; te mueve a buscar información que confirme tus creencias y te induce a ignorar las pruebas contradictorias; te instiga a sobreestimar o subestimar tus conocimientos y habilidades; suele aferrarse a la primera información que recibe (cosa de la que saca enorme ventaja la eterna oferta de la mercadotecnia); cambia tu forma de decidir de acuerdo a la forma en que se te presenta la información; tu memoria tiende a velar la verdad con espejismos de ego, trauma, culpa, emoción y con falsos cálculos de probabilidad; te incita a anteponer las recompensas inmediatas sobre las futuras y por eso postergas; te convence de seguir invirtiendo más tiempo en algo que no te gusta sólo porque ya llevas ahí mucho tiempo invertido; después de que ocurre un suceso te hace creer que lo sabías desde el principio; y, por si fuera poco, el 95% del tiempo quien está a cargo es tu piloto automático, no tú.
Pero enfoquémonos no en la sensación de pérdida, sino en la de ganancia. Entender nuestros prejuicios nos da un superpoder. Podemos identificar las reacciones instantáneas de nuestro cerebro y elegir libremente otras mejores. Sí, tu mente seguirá poniendo emboscadas. Pero ahora las verás venir.
Una de las sublimes peculiaridades del cerebro, de la que podemos sacar ventaja, es su extraordinaria capacidad para transformarse a sí mismo. Es capaz de modificar y crear nuevas conexiones, como un majestuoso rompecabezas orgánico con un número infinito de piezas modulares. Es como otro universo, un infinito guardado en tu cráneo, pero en una pequeña escala fractal. Universos contenidos en universos, qué hermosa imagen. Y si sabemos ocuparlo productivamente, nos permite hacer cosas fascinantes, como concebir ideas nuevas, imaginar posibilidades, transformar las cosas. Podemos atravesar la cúpula de nuestra mente, elevarnos y observarlo todo desde arriba para entender mejor, decidir mejor, pensar diferente, imaginar algo que mejore al mundo que aún no está ahí y construirlo, aunque nadie lo haya pedido. Hacer que las cosas pasen, en lugar de que sólo nos pasen. Como parar una guerra en lugar de empezarla, escribir un libro que siga siendo útil en el futuro en lugar de no escribirlo o regalar una sopa instantánea a un indigente en lugar de ignorarlo.
En esto debería enfocarse nuestra formación: en pensar con sensibilidad y sentir con inteligencia, en aprender a escuchar y observar con atención lo que sucede dentro y fuera de nosotros para mejorar, ayudar o aprender. Todos estamos librando nuestras propias batallas individuales. Si dices, haces o dejas algo al mundo, ocúpate de que sea algo que eleve o aporte, en lugar de dejar algo que hunda o haga daño. Y si realmente aprendes a poner atención, te darás cuenta de que siempre hay más opciones que las obvias.
"co-": Prefijo. Indica "junto con" (como en coeficiente), "acción en conjunto" (como en cooperar), "agregado" (como en colección). CO*RAZÓN: En colaboración con la razón.
Pensar de esta forma no es fácil, requiere voluntad, esfuerzo y tenacidad. Algunos días te costará más trabajo. Ese es el sutil arte de encontrar lo que realmente merece tu atención, el motor de tus decisiones. Si tu atención está puesta en el dinero, el placer y en el valor de las cosas materiales, nunca estarás satisfecho porque nunca tendrás suficiente. Si tu atención está puesta en la crítica del físico corporal mientras tu mente pasa hambre, espera una colisión en un parpadeo, conforme avance tu edad. Si tu atención está puesta en conseguir poder o en elevarte como un modelo de autoridad y virtud, lo más probable es que con frecuencia ignores tus principios y abraces la adulación y la hipocresía. Por eso todo esto es ordinario y común, porque es lo que pasa cuando tu configuración predeterminada maneja el tablero de control. Pero creo que podemos hacerlo mejor. Creo que podemos ser extraordinarios.
Lo que yo creo que verdaderamente merece atención son las siguientes cosas:
La forma como haces sentir a la gente. Eres un universo que contiene evidencias de todo lo que te compone, por eso cada cosa que dices y haces refleja tu esencia real. Tú eres la estela que dejas y el halo que te envuelve, la forma como compartes y te dejas acompañar, la forma como toleras la incomodidad y la adversidad y como sostienes tu existencia cuando la vida cambia de color.
La forma como nutres tu mente. Eres todo lo que amas: el poema, la charla, la película, el libro, la canción, la luz en tu ventana y cada influencia que inspira algo bueno en ti. Son alas que te abrigan cuando la vida se siente gélida y el combustible que aviva tu propio resplandor.
Lo que te impulsa a hacer algo. Si tu motor no se apoya en una frágil base material y es honesto, tendrás paz mental, libre incluso del desorden exterior. Esto es lo más valioso que existe, sobre todo cuando la vida se pone ruda. La bondad es la mejor coartada.
La forma como abres tu mente. Es muy común ver a la gente formarse y sellarse un criterio basándose en ideas ajenas y en impresiones superficiales. Tu atención es la antena y tu reflexión es el análisis, ambas son las columnas que sostienen la bóveda de tu observatorio mental.
La forma en que te llevas a ti mismo. De aquí se deriva todo el resto, cuidas de ti porque cuidas lo que amas. Tu honestidad —la que considero la virtud más notable y más valiosa— emerge naturalmente de tus poros y se manifiesta en tu voz y en tus acciones, hacia ti mismo y hacia los demás.
La forma como observas el mundo. Rompe el trance del ajetreo y detente a apreciar las pequeñas maravillas que suceden a tu alrededor todo el tiempo. Deléitate en el arte de la contemplación. La soledad es como agua en calma, en ella se refleja sin distorsión el cielo de tu mente. No dudo en absoluto que la belleza revelada en todos esos destellos nos acompañe en el último aliento.
Tu generosidad con tu tiempo, con tus recursos y con tus palabras. Es mucho más fácil criticar que crear, construir o colaborar. Por la misma razón es también más fácil ser ordinario que extraordinario. Una acción bella en tiempos difíciles es un acto heroico y transformador.
Somos relojes que se ablandan, unos más rápidamente que otros. ¿Y si la aguja de nuestro reloj no girara, pero el reloj sí lo hiciera? Apuntemos hacia donde realmente queremos ir. La atención es la líder de la mente. Tú decides qué es lo suficientemente importante como para dirigir la tuya. Y, piénsalo, qué es la vida, sino la cadena de eventos en los que uno pone atención. Esto somos, lo que atendemos y lo que hacemos con nuestro tiempo. Tienes que seguir el ritmo honesto de tu entraña. Si no vives la única vida que tienes, no tendrás otra vida para vivir. Pero si la vives bien, a tu modo, no hará falta otra. Eres el único guardián de tu mente y de tu integridad. La verdadera libertad es entender cómo pensar.
Para liberarnos de nuestra soberbia y regresarnos gentilmente a nuestro lugar, necesitamos pensar en cosas más grandes que nosotros. A mí me funciona mirar al cielo y pensar en las estrellas y en las galaxias. Podemos empezar ocupando nuestra imaginación para salir de nosotros mismos, mirarnos como especie a través de una lupa cósmica, apreciar nuestra infinitesimal escala, dejar nuestra absurda postura egocéntrica y darnos cuenta de lo ridículo de nuestros dogmas y de nuestros prejuicios, pero también del alcance de nuestra inteligencia y de nuestra sensibilidad. Contemplar las estrellas e imaginarnos viniendo de ellas es una gran forma para sentir asombro, curiosidad, sobrecogimiento, vértigo y maravilla. Podemos pensar en el tiempo y el espacio que compartimos y que al mismo tiempo nos separan de esos magnificentes astros que tan lejos brillan, sublimes, distantes e inafectados de nuestra fugaz existencia. Por eso, la imaginación es el primer acto de libertad.
Era cuatrocientas billones de veces más probable que alguien más naciera en mi lugar. Sin embargo, hoy estoy aquí. Pensar en esto me conmueve, y me apremia a dejar una huella útil, a hacer que mi existencia valga la pena, por breve que sea. Hay cosas que no puedo cambiar, pero puedo cambiar yo. Puedo darme cuenta de que me doy cuenta. Puedo pensar libremente, observar, reflexionar, experimentar, inferir, razonar, concluir e incluso cambiar de opinión. Puedo sentir. Y siento que tengo muchas cosas interesantes por hacer. Puedo crear, abrazar y reír, aun sabiendo —sobre todo sabiendo— que algún día moriré. Esto me recuerda lo afortunado que soy, a diferencia de la enorme mayoría que no morirá, porque nunca nació.