Me gusta guardar silencio.
Luego abro el cajón donde lo tengo y lo dejo escapar.
Lo dejo correr por toda la casa.
Se libera. Se reproduce. Se vuelve aire.
Lo oigo respirar con el viento cuando abro las ventanas.
Se expande en mis neuronas.
Lo oigo llenar los rincones, zambullirse en mi sangre, agolparse en mis párpados y fundirse en mis sienes.
Lo siento inundar como droga la red de mi existencia y transformarla en infinito, poderoso y callado como el sol y vibrante como su reflejo en el agua.
Sus partículas flotan en la luz y se posan sobre la realidad.
Los objetos sienten su presencia, se sostienen diferente cuando están envueltos de silencio. Puedo ver cómo los invade, los conquista, los posee.
Es el vacío que se dibuja alrededor de las cosas.
Es la ausencia que acompaña a las manecillas del reloj.
Es el compás invisible. La pausa en el caos. El espacio entre las ideas.
La sal de la resonancia.
Un agujero en el sonido. La paz en el ruido. Un respiro entre las ondas y los huecos entre estas líneas.
Es el infinito en mi alma y la eternidad en mi mente.
El preámbulo y el epílogo de la música. El salón en donde baila la poesía.
Es la melodía del cosmos. La armonía del entendimiento. El ritmo por dentro.
La partícula elemental de un instante. La elocuencia de la sabiduría. El vigía de la inteligencia. La forma más bella del tiempo.
El refugio perfecto.
La mejor respuesta.
El argumento más difícil de rebatir.
Es el arte de compartir más allá de cualquier palabra.
Para guardarlo sólo lo levanto de la punta de mi lengua y lo meto de nuevo en su cajón.
Siempre lo llevo conmigo cuando salgo, pero no es seguro.
La gente no parece entenderlo. No lo comparten. No entienden su soltura, su atención, su profundidad. Se incomodan. Insisten en romperlo cuando lo notan. Qué falta de respeto.
Yo creo que les da miedo, lo veo en sus caras. Piensan en la muerte, que lo lleva de corona.
Es un valor muy raro. Y más raro aún quien lo aprecia y lo cultiva.
Es el elemento en el que se gestan las grandes cosas.
Mis experiencias más profundas suelen resplandecer en silencio. Cuando lo oigo entrar en el cuarto y sentarse conmigo. Cuando entra en mi cabeza, aunque afuera haya ruido.
Cuando me recuerda que sigo vivo.
Por eso lo que más me gusta es guardarlo y luego dejarlo escapar.